jueves, 2 de julio de 2015

Lectura Reflexión Fase II, LA LECCIÓN DE LA VERDOLAGA

LA LECCIÓN DE LA VERDOLAGA.
 Francisco Tamayo.
El Nacional, Caracas. 10 de Octubre de 1982
Aquellos fueron otros tiempos y otros hombres, me había venido al centro por las mismas razones que nos venimos todos los provincianos (Todavía). Buscar ambiente donde vista la metrópoli desde allá pensamos que esta es fuente de todo bien.
En el concreto caso mío, vine a estudiar, partiendo del bachillerato, pues la primaria la había realizado en la ilustre ciudad de Coro, donde adquirí una visión más amplia del vivir.
Me inscribí en el liceo Caracas, entonces dirigido por Rómulo Gallegos, para el primer año de secundaria, pero en enero me traslade al liceo San José, en los Teques, donde conseguí trabajo a cambio de la inscripción y el alimento, el profesor de Botánica era José Antonio Rodríguez López. Nos daba las prácticas al caminar por los campos vecinos, refiriéndose a las plantas que encontrábamos. Muchas eran novedosas para mí, pero algunas eran hierbas conocidas desde mi infancia, debido a la utilidad que les atribuía, como medicinales o alimenticias. Una vez encontró una mata de verdolaga. Esta hierba crecía en cualquier rendija del enladrillado o entre las guarataras de los patios empedrados, o simplemente en los caminos pelados donde todo el mundo la pisaba desconsideradamente. Sin embargo, la planta, toda maltratada, lograba pelechar. Lo único que se sabía de ella era su nombre vulgar. ¡Gran Cosa! Pensamos los alumnos, despectivamente. Eso no sirve para nada. Ni siquiera se muere, ni exige nada para sobrevivir. Nace en todas partes y nadie se ocupa de ella. No obstante, Rodríguez López tomo la planta en sus manos con gran cuidado, como si se tratara de algo precioso; así lo hacía con todas las plantas de reconocida categoría, tales como el maíz, las campanillas de lindos colores y los frutales. Eso no sirve, Profesor, objeto un avispado de los alumnos. Rodríguez López no se inmuto, y empezó a hablar de la verdolaga. Resulta que aquello era un ser vivo que mediante sus hojas tomaba energía solar, oxígeno y gas carbónico, y por sus raíces absorbía agua y tierra. Con esos elementos fabricaba azúcar y almidón, y de allí en adelante producía muchas otras sustancias que la calificaban como buen alimento para la gente. Y tenía familia, género y especie, pues un tal Linneo quien era gran sabio, se había ocupado de ella, la había descrito y calificado. Yo estuve profundamente impresionado con la exposición sobre la hierba que en tan baja estima se la tenía donde quiera.

No sé por qué profundo y desconocido mecanismo de mi espíritu, durante la exposición de Rodríguez López me fui identificando con la verdolaga. El miedo, el sentido de culpabilidad e indefensión que me había azotado toda la vida, comenzó a tornarse en fe y confianza en mí mismo, ante mi propio yo. En tanto que la ultrajada y menospreciada planta se rehabilitaba mediante las convincentes razones del Profesor, yo iba tomando fuerza espiritual, afianzamiento y presencia de ánimo. Durante aquel breve tiempo en que transcurrió la lección de la verdolaga, con aquella tenacidad, capacidad y derecho a vivir con todo el vigor que estaba implícito en los caracteres de la verdolaga, así como en la noble exposición del Maestro. Acababa de asumir mi destino y echaba a andar con un gran entusiasmo por el hecho de vivir y por la razón de ser.